Hemos cumplido un año y seis meses de la declaratoria de pandemia mundial, y para muchos esta triste realidad se ha extendido más allá de sus propias fuerzas. Han sido meses dolorosos, difíciles y hasta amargos que serán recordados en la historia como tiempos oscuros.
Hemos visto cifras de todo tipo, ¿qué tan confiables son? No lo sabemos, pero sí sabemos que todo el tiempo nos están hablando en términos numéricos, lo cual ha creado una sensación extraña como si todo se redujera a cifras.
Ser resiliente es una virtud que se trabaja precisamente en momentos difíciles, pero la gran trampa del positivismo banal del new age y de la pseudo espiritualidad es que hablan continuamente con el discursillo trillado de que somos más fuertes que todo lo que pueda ocurrirnos, y no, no somos más fuertes que todo, somos seres extremadamente frágiles en el sentido más extenso de la palabra. Seamos conscientes de que intentar o pedir resiliencia permanente a nosotros mismos y a quienes nos rodean en tiempos como los que vivimos simplemente no es real, y sobre todo no es amoroso, permitamos que quienes quieren llorar lo hagan, que quienes quieren mantenerse en silencio puedan hacerlo, que quienes quieren descargar su energía hablando del tema lo hagan, permitir y permitirnos sentir es lo que nos hace mejores seres humanos y crea en nosotros la fuerza para trascender los momentos difíciles.
“Todos somos también lo que hemos perdido” dice Jorge Bucay. Comprendamos que para muchos han sido años de muchas pérdidas, amémoslos desde ese lugar de aceptar su dolor y saber estar con una presencia cálida y respetuosa, sin acelerar, sin presionar, sin intentar sanar sus heridas, sin aconsejar; eso sí es compartir desde nuestra alma.
Hagamos ayuno de cifras, de noticias que no nos aportan nada, pero también hagamos ayuno de consejos, de discursos positivos banales, de empujones a la resiliencia, ayunemos de saber la respuesta correcta para cada pregunta, ayunemos de tener una opinión para cada circunstancia humana, ayunemos de tanta fortaleza y simplemente sintamos y seamos el amor que otros tanto necesitan.
La kabbalah enseña que muchos de nosotros podemos caer en la trampa del ego espiritual de creer que somos inmunes a todo, como dije: es una trampa, la espiritualidad es poder ser cada vez más humano, más simple, más curioso, más inocente, más observador.
Te deseo una semana llena de reflexión y consciencia de cómo te estás acompañando a ti mismo y a los que te rodean.
¡Que el amor que habita en cada uno de nosotros sea nuestro faro en estos tiempos!
Patricia Jurado U.
Directora de Fundación Kabbalah Ecuador
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