Ser una mamá joven siempre ha sido un paradiga. El mundo te dice lo que perderás y dejarás de hacer, y siempre viene la tragedia por no ¨haber vivido, viajado, estudiado¨, y te insisten en que debes vivir, viajar, estudiar, y recalcan las muchas cosas que “dejarás de hacer” cuando nazca tu bebé.
Puedo decir con conocimiento propio que ser mamá a temprana edad es lo mejor que me ha pasado. El miedo, el susto y todo lo que se pronosticaba para mí, fue solo eso, miedo.
Mi hija Mila ha sido durante sus 15 años una fuente de amor ilimitado, una fuerza inexplicable que me empujó siempre a desarrollarme, a buscar progreso y avance, me ha acompañado en cada paso que he dado. Ella ha sido mi compañía siempre, hemos crecido juntas, llorado juntas. Además me ha preparado para recibir a mi segunda hija Doménica con otra forma de ver la vida, y hoy puedo decir que eso me ha convertido en una mejor persona sin duda alguna.
Hoy a mis 33 años me siento perfecta, todo lo que supuestamente ya no podía hacer, lo hice con ella a mi lado. He vivido miles de aventuras y desventuras, pude volverme una professional, y los viajes que pude haber hecho sola, los hice con ella, y eso no solo ha sido solo una lección para mí sino un ejemplo para ella, pues no hay límites a pesar de todo.
Amo la confianza que nos tenemos. Hemos creado vínculos únicos y muy fuertes. Mi hija es mi mejor amiga y muchas veces ha sido mi consejera. Esto nos encanta a las dos, y la comunicación con ella es abierta y divertida. Cuando ella amanece peleada con el mundo es más fácil caminar juntas de la mano por la vida resolviendo cada problema.
La mejor parte de mi vida empezó a partir de ella. Tengo la bendición de tenerla, y si pudiera regresar en el tiempo para cambiar mi historia, no lo haría, porque la mujer en quien me he convertido, es gracias a que ella me dio la fuerza que necesitaba. Lo mejor de todo es que parecemos hermanas, pero sabemos que como madre e hija, ¡nadie nos supera!