Al ingresar a un hogar es inevitable fijar los ojos en el retrato de la familia. Y es que encierra no solo el rostro de cada uno de sus miembros, sino el sentido del momento vivido al tomarlo, la marca de la época en que se tomó, los gustos y rebeldías del momento y de la imagen que lleva grabada cada uno de lo que ha sido y es su propia familia.
Es un sello, el símbolo físico más valioso que puede atesorar una familia y que, a diferencia de muchos otros objetos, gana más valor conforme padres, hijos, tíos, abuelos y nietos van cambiando con el tiempo, alejándose de cuando se realizó ese retrato o quedando en la memoria.